Una alerta para Europa




por Juan Archibaldo Lanús 

Desde principios de la Edad Media los pueblos europeos han estado confrontados a una recurrente fragmentación idiomática, religiosa y política, como contracara de una unidad inspirada en la nostalgia que dejó el imperio romano. La desintegración de Yugoslavia o la partición de Checoeslovaquia y los impulsos independentistas de Cataluña y Escocia, confirman la vigencia de esta fuerza centrípeta. Actualmente, hay 24 idiomas oficiales y de trabajo en la Unión Europea y se hablan más de 60 lenguas y dialectos. La religión católica sufrió la amputación protestante y ortodoxa.

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El proyecto de integración iniciado en 1957 tuvo el propósito de asegurar la paz y crear un marco para la armonización de políticas para impulsar el desarrollo económico, la liberalización de los intercambios y prevenir el proteccionismo nacionalista. Al ingresar en la Unión Europea, el Reino Unido no dejó atrás su vieja tradición “imperial” y su más reciente vocación atlantista, en disidencia con los estados continentales. No aceptó adherirse al euro ni a la política social, y el gobierno de Londres fue uno de los principales detractores de la política agrícola común. 

El resultado del referéndum del 13 de junio último en que el pueblo británico se pronunció a favor de la salida de la Unión Europea, fue un shock para Gran Bretaña y una alerta para Europa. La Primera Ministra, Teresa May, está decidida a respetar los resultados del referéndum e iniciar las negociaciones de salida en marzo del 2017, a pesar de que la mayoría del Partido Conservador está en contra. 

Dentro de la incertidumbre reinante, se pueden visualizar algunas consecuencias: *El Brexit abrió las compuertas de las fuerzas antieuropeas, como el Frente Nacional en Francia, los nacionalistas en Holanda y Austria, los antisistema en Italia, y allanó el camino a una opinión muy extendida en Europa, según la cual las autoridades de Bruselas -con sus 55.000 funcionarios- no representan los intereses de las democracias nacionales. 

Dicen que Bruselas, dominada por la tecnoestructura de intereses globalizados, se ha aislado (hay 10.000 lobistas de empresas multinacionales y ONGs), y las instituciones comunitarias han sido ineptas para defender el bien común de las democracias nacionales. *El Brexit también desafía a la Unión Europea para que encuentre un nuevo camino de integración y estimule la imaginación para salir de esta suerte de pesimismo ambiente.

 Gran Bretaña está dividida entre los que culpan a Bruselas de no administrar estratégicamente la globalización -que para muchos ha provocado una reducción del nivel de vida, sobre todo entre los más pobres, acosados por la competencia internacional y la inmigración que amenaza desde el exterior- y los sectores prósperos de la city y los centros industriales, que están mejor pertrechados para hacer frente al proceso de globalización. 

Gran Bretaña, cuyas exportaciones dirigidas hacia sus socios comunitarios representan el 50% de sus ventas totales, no sólo debe renegociar la suerte de más de 80.000 acuerdos y reglamentos, sino formular una estrategia para un mundo con la cada vez mayor presencia de nuevas potencias emergentes. El Brexit ha planteado crudamente la tensión entre los intereses globales y las aspiraciones de las poblaciones menos aptas para competir a nivel mundial.

La globalización ha reducido la pobreza pero ha aumentado las desigualdades. Para el canciller de Luxemburgo, Jean Junker, “la Europa de hoy no provoca la ilusión y los sueños de la gente”. Carece de un proyecto político que cautive a los pueblos. En vez de la paz que Francis Fukuyama auguraba para este “fin de la Historia”, ingresamos en un mundo de turbulencia donde los conflictos étnicos, religiosos y políticos, las migraciones masivas y el terrorismo han fragilizando el orden mundial como nunca antes había ocurrido. La separación de Gran Bretaña de las instituciones comunitarias repite el síndrome de una nueva fractura que pone en duda el rol de Europa como protagonista en el orden mundial que se avizora para el siglo XXI. 

publicado en La Nación

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