El ajuste moderado y un final incierto



por Héctor Blas Trillo

No decimos nada nuevo si contemplamos que la realidad, luego de 15 meses de gobierno de Cambiemos, deja resultados alentadores en algunos aspectos, y muy desalentadores en otros.

Toda la primera etapa de “sinceramiento” respecto del default, del cepo cambiario, de la anulación de las llamadas retenciones a las exportaciones y de reinserción en el mundo ha sido claramente muy alentadora y positiva. Luego sobrevinieron errores en muchos casos infantiles, como el desordenado ajuste de tarifas energéticas, o los problemas derivados de los cuestionamientos al presidente Macri y su origen empresario vinculado familiarmente a la otrora llamada “patria contratista”.

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Dejando de lado los avatares de la política, que obviamente los desplazados del poder buscan usufructuar para curarse en salud y plantear que son todos iguales bajo el lema “si nosotros robamos ellos también hacen” (lema bastante más que patético, por cierto), la realidad es que la resultante de la tibieza a la hora de poner en orden las cuentas públicas tiene costos políticos insalvables.

Desde las filas del más rancio kirchnerismo se acusa al actual presidente de todo lo que venga a la mano. Desde el ajuste en el cálculo jubilatorio, pasando por el intento de arreglo en el concurso por el Correo Argentino, las licitaciones a los amigos y por supuesto el affaire de los “Panamá Papers”. Todos estos temas están en la Justicia, pero obviamente los sectores adversos al actual gobierno piensan ahora, y no lo hacían antes, que la Justicia es funcional al poder y por lo tanto no es justicia. O sea que no hay con qué darle: marche preso. Sin embargo, hay que decir que efectivamente Mauricio Macri tiene la responsabilidad política por lo que sucede en su gobierno, más allá de sus intenciones y de sus propios intereses.

A todo este esquema de sospecha sobre la honestidad se le agregan casos puntuales de dudosa consistencia en algunos funcionarios, como lo es todo lo derivado del Lava Jato brasileño. Gustavo Arribas aparece comprometido y con razón, sus explicaciones y aclaraciones fueron tardías y en nuestro modo de ver poco convincentes. Ya teníamos el antecedente de Fernando Niembro, o el siempre vigente caso de Calcaterra. También aparece, como queda dicho, cuestionado el propio presidente de la Nación por su pasado empresario, el propio y el de su familia.

Es que en la Argentina el gran negocio de todos los empresarios de cierto fuste fue la obra pública. Las licitaciones en general nunca fueron transparentes y especialmente nunca fueron internacionales como deberían haber sido, siempre con la excusa de “dar trabajo a los argentinos”. Digamos que no está mal dar trabajo a los compatriotas, pero no a cualquier precio. Porque por mantener la quintita cerrada estamos como estamos en muchos rubros de la economía, con un atraso tecnológico en ciertos casos fenomenal. Ahora bien, el fondo de todo esto es, para la oposición kirchnerista, buscar culpables que justifiquen así otras culpabilidades. Curarse en salud.

Y a esto se agrega la situación de la economía, que sigue más o menos expectante pero no despega, con bastante más que pura lógica, dados los entreveros de los cuales hemos venido a parar aquí.

Las inversiones no llegan o lo hacen muy tímidamente, lo cual se corresponde con la realidad de un país que durante demasiados años se ha burlado claramente de las instituciones, ha incumplido fallos de la Corte, ha tenido en el gobierno a funcionarios autoritarios cuando no filofascistas lisa y llanamente, que han hecho que el Estado se hubiera apropiado manu militari de empresas y fondos jubilatorios como si tal cosa; al tiempo que prohibía exportaciones, aplicaba un cepo cambiario, prohibía girar dividendos y alteraba o suprimía los datos estadísticos indispensables, ello aparte de una conducta en el plano internacional francamente calamitosa. A todo lo cual hay que agregar las prohibiciones impuestas a las empresas de electrodomésticos y a los supermercados de publicar avisos en los medios gráficos para ahogar a éstos financieramente, provocando de paso un inmenso daño a los consumidores, que se veían así privados de enterarse de los precios y de las ofertas. Estos son algunos ejemplos que traemos a cuento aquí, la lista es bastante más larga.

Además debemos sumar el default, y peor todavía la llamada “ley tapón” que directamente borró de un plumazo la deuda que el Estado tenía con quienes no habían aceptado el canje del año 2005. Una verdadera enormidad jurídica que finalmente obligó a reabrir el canje en 2010 y todavía mantuvo sobre ascuas al país con el reclamo de los hold outs (los llamados “fondos buitre”) que aisló al país del mundo y nos dejó sin crédito durante casi 15 años.

Lo que podemos concluir de este panorama es que es imprescindible restaurar la confianza para lograr inversiones, y que esto no será nada sencillo.

La situación social no es para nada halagüeña. Huelgas, marchas, piquetes y demás manifestaciones de descontento están a la orden del día. Todos parecen estar tirando de la misma cuerda tratando de lograr para sí una mayor parte, que sin duda provendrá de lo que pierdan los demás. Sin desviarnos del tema económico como línea general de este comentario, hay que decir que hemos vivido durante varios años en una burbuja, que nos hemos comido el capital. Nos gastamos la energía que hoy no tenemos y debemos importar. Nos acostumbramos a usar nuestro poco o mucho dinero en consumos de bienes y servicios porque no debíamos pagar la luz, el gas o el agua al precio que correspondía. Lo mismo ocurrió con el transporte público. Precios y tarifas subsidiados hasta lo ridículo. Reparto de pensiones, jubilaciones sin aportes, asignaciones por hijo, espectáculos supuestamente gratuitos por doquier (como el fútbol, por ejemplo). Todo lo que debería haber provenido de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo y de nuestro dinero, fue reemplazado por prebendas y dádivas de todo tipo. Subsidios, planes, “emprendimientos”, asignaciones, tarifas ridículas. Así cayeron las inversiones y poco a poco fuimos quedándonos sin nada. Pero, claro, ajustar no es fácil. Muchos hemos experimentado en nuestros hogares la baja de nuestros ingresos, que conlleva la necesidad de reducir gastos y bajar nuestro estándar de vida.

Pero lo cierto es que nadie invierte en un país donde las leyes se violan, los fallos se incumplen, los precios se fijan con un revólver sobre la mesa, los dividendos se giran si el funcionario quiere, los productos se exportan si el gobierno lo permite y mil etcéteras. ¿Quién puede arriesgar su capital en esas condiciones?

Y ahora sobrevienen las protestas, claro está. Son los dirigentes los que deberían explicar con todo detalle esto que aquí decimos muy someramente. Especialmente quienes hoy están en la oposición deberían reconocer el daño que hicieron.

Porque acá hay que preguntarse qué ocurriría si el gobierno actual renuncia, es destituido, o simplemente fenece por la razón que fuere. Hay que preguntárselo porque esto es lo que se preguntan los inversores reales y potenciales.

Qué pasará si vuelve el régimen anterior. Cómo sostendremos la inversión, el consumo, la producción, el crecimiento, la seguridad jurídica. Cómo haremos para mantener un estándar de vida que aliente el trabajo, que mejore la productividad, que provoque crecimiento.

Cómo haremos con la Justicia, cómo avanzarán las causas por corrupción. En qué terminarán los procesos. Qué se averiguará del caso Nisman, de la AMIA, de la Embajada de Israel. Estas cosas preocupan dentro y fuera del país, aunque no lleguen aquí al gran público.

Estos problemas son reales y concretos. Los inversores externos se preguntan qué pasará en las elecciones de medio término. Su temor es que volvamos a lo mismo, o sea al autoritarismo y la arbitrariedad. Y ese temor es absolutamente fundado.

Por eso, en el medio, están las decisiones políticas de un gobierno no peronista que intenta arreglar las cosas sin remover demasiado las aguas y tratando de mostrar resultados concretos sin dañar su imagen. Precisamente porque el objetivo político es ganar las elecciones de este año.

¿Es esto posible? La verdad es que no lo sabemos. La tibieza no suele dar buenos resultados. Pero a veces la dureza puede dar peores resultados todavía. Navegar en el medio de ambos extremos es verdaderamente complicado.

Sin embargo, entendemos que hay cuestiones que deben encararse y aún no tenemos casi noticias. Por ejemplo una reforma tributaria integral que ordene el sistema impositivo de manera integral, a nivel nacional, provincial y municipal. Las distorsiones por la falta de adecuación de las variables luego de años de alta inflación, la proliferación de sistemas de retenciones, percepciones y pagos a cuenta de diversos tributos por lo general revirtiendo la carga de la prueba y obligando a los contribuyentes a demostrar que no corresponde que paguen están a la orden del día. La voracidad fiscal está en consonancia con el excesivo gasto público. El gobierno intenta bajar ese gasto y tímidamente algo ha logrado. También ha quitado las llamadas retenciones a las exportaciones, excepto a la soja y ha adecuado algunos pisos y topes en impuestos nacionales (ganancias, bienes personales) conformando así un híbrido que mejora un poco las cosas para algunos y mantiene la gravedad para el resto.

Aquí se presenta el problema de que una reforma tributaria siempre implica un paréntesis entre el sistema viejo y el nuevo. Hay un lapso en el cual la recaudación disminuye para tomar luego el impulso que se prevea tenga la reforma. Y ese hueco puede aumentar el déficit y generar mayor endeudamiento todavía. Porque también hay que recordar que el país se ha endeudado en estos 15 meses porque se busca financiar el déficit con endeudamiento y no con emisión, para bajar así la tasa de inflación. El endeudamiento en realidad posterga las cuestiones de fondo, pero no las resuelve.

Intentando concretizar esta historia presente, consideramos que estamos ante un ajuste moderado, que intenta compatibilizar la realidad política con la económica.

El desafío es muy grande, porque más allá de las buenas intenciones hay que lidiar con una realidad muy compleja y encima nadie está exento de errores. Partimos de la base de que justamente Macri y su gobierno tienen realmente buenas intenciones. Al menos tenemos la experiencia del presidente siendo jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires durante 8 años. Si bien ha habido algunos puntos oscuros, Macri hizo un buen gobierno en nuestro modo de ver. Y creemos que por eso terminó ganando la presidencia de la Nación, la ciudad de Buenos Aires, y el bastión peronista que representa la provincia de Buenos Aires. No fue magia, podríamos decir, tomando la frase de la ex presidenta por todos recordada. Tampoco será magia salir del atolladero. Siempre habremos de tenerlo presente.

ESTUDIO
HÉCTOR BLAS TRILLO
ECOTRIBUTARIA
Economía y tributación
www.hectortrillo.com.ar

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