El peronismo tras las elecciones



Por Víctor Lapegna

Las tres corrientes principales en las que se presentó dividido el peronismo en las PASO del domingo (pejotismo, kirchnerismo y massismo) acumularon un total de 10.553.014 de votos, equivalente al 45,06% del total de sufragios emitidos en la categoría de diputados nacionales (23.415.158).

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De ese total, el pejotismo (Randazzo más gobernadores) obtuvo 4.791.365 votos (20,46% del total), el peronismo K (CFK, Filmus, Rossi y otros) reunió 4.145.859 (17,70%) y el peronismo M (Massa) acumuló 1.615.790 votos (6,90%). Si a ese caudal de votos de las tres variantes del peronismo le aplicamos una quita del 20%, estimando en ese porcentaje los votos del “progresismo” y la izquierda no peronistas que pueden haber tenido las listas K y M, resulta que el total de votantes peronistas suman 8.443.014, lo que equivale al 36,05% de todos los votos emitidos. Número y porcentaje de votos algo mayor a los 7.924.187 que obtuvo Cambiemos en todo el país (un 33,84%).

Al agregar en una misma categoría a las tres distintas vertientes del peronismo lo hacemos atendiendo a sus votantes de identidad política justicialista, entre los cuales percibimos que lo que nos separa parece ser mucho menos que lo que nos une, aunque a la hora de votar hayamos optado por diferentes boletas.

Creo que la amplia mayoría de los que votamos a cualesquiera de las tres opciones del peronismo lo hicimos porque nos enoja que la calidad de vida popular, que en diciembre de 2015 era mala, de entonces a ahora se haya empeorado y que cada vez más compatriotas se vean sumidos en inaceptables condiciones de indignidad.

Nos parece un grave error que muchos dirigentes y observadores descalifiquen del modo en que lo hacen a gran parte de los más de 4 millones de ciudadanos que votaron a CFK y a otros candidatos de las listas del peronismo K, suponiendo que una porción significativa de semejante caudal electoral la componen “ñoquis” desplazados, barras bravas, delincuentes de pelaje diverso, etc.

En verdad, creemos que quienes prevalecen entre esos votantes son personas pobres, morochos peronistas del conurbano que en el último año y medio sufrieron la drástica disminución de la cantidad de changas, el fuerte aumento del precio de la comida, los ataques a lo que para ellos eran fuentes de trabajo y/o consumo (vgr. La Salada) y que verifican que lo que cambió en su favor desde diciembre de 2015 fue muy poco y nada. No debería sorprender que, como lo sintetizaba un vecino peronista de una villa del conurbano, “Cristina y su gobierno se robaban todo pero alguito nos tiraban. Estos se siguen robando todo y para abajo no tiran nada”.

Si entre los votantes peronistas parece prevalecer la unidad sobre la división, entre los dirigentes y candidatos de las tres variantes del peronismo se da lo contrario ya que, en grados y con formas distintas, todos ellos tienden a compartir actitudes en las que prevalecen intereses personalistas, sectarismo, agresividad hacia el otro y una decepcionante pobreza de las propuestas de solución a los principales problemas del pueblo y de la Patria.

Los principales dirigentes y candidatos de esas tres tendencias en las que está dividido el justicialismo, nos sustrajeron a los electores peronistas –que somos los legítimos titulares de la soberanía- el derecho a dirimir con nuestro voto quienes deberían ser los candidatos y cuales las propuestas que expresen nuestras propuestas ante la ciudadanía, aplicando así una nueva vuelta de tuerca distorsiva de una verdadera democracia que es reemplazada por un sistema en el que los que mandan y deberían obedecer deciden casi todo y los que deberíamos mandar no podemos decidir casi nada.

A nuestro modo de ver, en esa acentuación del carácter delegativo que deforma la esencia del sistema democrático reside una de las causas principales de las cíclicas crisis de gobernabilidad que no nos parece que estén superadas. Sobre todo si se consideran los gravísimos problemas irresueltos que nos afectan a los argentinos (niveles de pobreza e indigencia, inseguridad y violencia cotidiana, situación del trabajo sobre todo en referencia a la creación de empleo legal y nivel de salarios, nivel de los precios sobre todo de los servicios públicos, los alimentos y los medicamentos e insuficiente reactivación de la economía en lo que hace a inversión, productividad, créditos, tasas de interés, economía real y economía financiera, etc.) y se tiene en cuenta que, ante ese escenario tan difícil, quienes tienen apenas un tercio del apoyo popular gobiernan como si contaran con el respaldo de una efectiva mayoría y quienes expresan a más del 45% del electorado prefieren mantenerse divididos en sus egoísmos sectarios, sin ser capaces de impulsar un programa de consenso y unión nacional.

Creemos que la renovación democrática del justicialismo - que sigue siendo la identidad política, al menos, de un tercio del electorado- no sólo es de interés para los peronistas, sino que lo es para todos los argentinos en tanto constituye una condición necesaria para que lleguemos a tener un sistema político democrático que sea tal. Y a nuestro juicio el arco de bóveda de la renovación democrática del Justicialismo es que quienes componemos el pueblo peronista, los peronistas “de a pie” recuperemos el poder de decisión sobre cuáles deben ser nuestras políticas y quienes nuestros dirigentes y candidatos.

El camino concreto que imaginamos es concretar unas elecciones libres que se realicen en un espacio en el que converjan las tres tendencias en las que hoy estamos divididos y en las que todos los peronistas podamos elegir con nuestro voto la reorganización y el destino de nuestro Movimiento.

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